
El niño que pone la televisión muy alta o que eleva mucho su tono de voz, que pregunta reiterativamente “¿qué?” cuando se le habla, el que está sentado al fondo de la clase y no se entera de nada, etc., es candidato obligado a la visita del otorrinolaringólogo, a ser posible con experiencia en la atención del colectivo infantil.
En los niños son frecuentes los casos de hipoacusia (pérdida de audición que no llega a la sordera total) selectiva a determinados tonos. Así, en el caso de hipoacusia a los tonos agudos, se observa que el niño tiene dificultad para oír cuando hay ruido de fondo (hay que imaginar lo poco que debe oir en una clase de veinte o treinta alumnos haciendo barullo). Tampoco oye el timbre de la puerta, ni el tono de llamada del teléfono, ni el tic tac del reloj.
El lenguaje en estos niños es muy difícil, pues les resulta inteligible por las consonantes, que en su mayoría son sonidos agudos de alta frecuencia, como la “t”, la “s”, etc. Así, por ejemplo, de la palabra “consonante”, estos niños sólo oyen con claridad las vocales “o-o-a-e”, con lo que la palabra resulta incomprensible.
Más frecuentes y de mejor pronóstico son las hipoacusias para tonos bajos o graves, aunque son las que pasan más tiempo inadvertidas. Estos niños, sin embargo, al contrario del caso anterior comprenden mejor el lenguaje hablado porque oyen las consonantes (tonos altos), que configuran en gran parte el sentido de la palabra, no percibiendo bien las vocales (tonos bajos). Así, utilizando el mismo ejemplo anterior, de la palabra “consonante” oirán “c-n-s-n-n-t”, que resulta, hasta cierto punto, más comprensible. De todos modos, la percibirán a menor volumen y de manera sibilante, debido a que la intensidad sonora del lenguaje (es decir, el volumen) depende de las vocales.
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