Se dice que el deseo de apropiarse y acaparar los objetos que están “a mano” es algo instintivo en el niño (amigo innato de lo ajeno). Bien sea alimento, monedas, objetos caseros, material escolar, artículos de tiendas… todo tiene su atractivo para el pequeño.
El dinero que se sustrae del monedero o del bolsillo de la chaqueta de los padres, luego se acostumbra a gastarlo en chucherías y golosinas (que se reparten altruísticamente entre los amigos) o en máquinas tragaperras (industria que incita a más de un niño a la apropiación del dinero ajeno). Cuando los hurtos son frecuentes y el valor de lo sustraído aumenta progresivamente, puede tratarse de un síntoma de que el niño quiere comunicarnos algo, bien sea un deseo de independencia o, por el contrario, de mayor acercamiento a sus padres. Con estos actos el niño quiere hacerse notar y compensar, al mismo tiempo, sus sentimientos de inseguridad e impotencia. Apropiarse de objetos de los padres es querer equipararse a ellos, es decir, participar de su poder.
A medida que el niño va creciendo, los actos delictivos presentan otras características que deben valorarse por separado, como son, por ejemplo, motivo del delito, cantidad de lo robado, valor real, molestias a la víctima, reincidencia, etc.
Si repasamos la cronología del delito, veremos que el delincuente no se hace en un día. El paso de raterillo infantil a delincuente juvenil precisa de una serie de condicionantes sociofamiliares que favorezcan está patología social, y no hay que perder de vista que el 60% de los adolescentes delincuentes cometieron el primer delito (quizá no detectado en aquel momento) antes de los 10 años de edad. Hay que valorar, pues, en su justa medida el acto de apropiarse de lo ajeno.
Republished by Blog Post Promoter