De los miedos infantiles se pasa con facilidad a las fobias, que son muy frecuentes en los niños. Se entiende por “fobia” la concretización del miedo sobre un objeto determinado (que puede ser una cosa, animal, persona o situación). Es un mecanismo de defensa del niño para desplazar su propia ansiedad, sus miedos, angustias y temores, sobre “algo”, un objeto exterior a él. Por lo tanto, el objeto fóbico (que produce rechazo: fobia en griego significa “horror”) es una especie de disfraz simbólico de lo que reemplaza. Así el niño sólo tiene que evitar su contacto o proximidad para sentirse tranquilo.
Hay gran diversidad de fobias: a los espacios abiertos (agarofobia), a los cerrados (claustrofobia), a las alturas (acrofobia), a la suciedad (misofobia) a los animales (zoofobia), la alimentaria, al contagio, a la enfermedad etc. Hay que citar también en el niño la denominada “fobia de impulsión”, que se caracteriza por, miedo a algo prohibido. Existen niños con fobias a su propio cuerpo.
La “fobia escolar” es la ansiedad que experimenta el niño cuando acude el colegio por primera vez, pues ello además de significarle llegar a un mundo desconocido, significa “perder a la mama”, dificultad en su integración dentro del grupo o en las relaciones con el maestro. Todo ello puede desembocar en una inhibición intelectual y un bajo rendimiento escolar.
Pero el niño también sabe la manera de contrarrestar las fobias, ideando situaciones contrafóbicas, es decir, hacer aquello que les da seguridad y combatiendo las situaciones de miedo (mecanismo de defensa llamada negación). Y así entramos en el mundo de las obsesiones o manías. Mediante una especie de mágicos conjuros (llamados rituales de comportamiento o hábitos estereotipados), el niño quedará libre del miedo que le producen los objetos fóbicos. De esta forma, por ejemplo, el pequeño de dos o tres años sabe superar, cuando se va a dormir, su temor de separarse de la madre (es la fobia a la oscuridad), recorriendo al socorrido osito de peluche, que querrá tener apretado junto a él porque le tranquiliza. Éste es un ritual de adormecimiento clásico del niño pequeño y no implica ninguna patología.
Hay que tener en cuenta que cuanto más antigua es la fobia, más difícil es combatirla, pues se ha introducido ya dentro de la dinámica familiar. En ciertos casos podrá recurrirse a la psicoterapia, pudiendo ser útiles la relajación, las técnicas llamadas de descondicionamiento y las de terapia familiar
No obstante, a medida que el niño va creciendo puede irse estructurando una personalidad “obsesiva” (maniática) y adoptar todo un abanico de rituales, formas de expresión, etc. como, por ejemplo, las “cavilaciones” en torno a pequeños detalles que parecen no tener salida por muchas vueltas que se les dé, tocar una cosa un determinado número de veces, ordenar meticulosamente sus pertenencias, contar números antes de hacer algo (aritmomanía) o bien pronunciar unas determinadas palabras (onomatomanía), etc. Estos actos se denominan compulsivos cuando el niño es incapaz de pararlos o de no hacerlos.
El niño auténticamente obsesivo es perfeccionista en sus cosas, se auto-controla continuamente, tiene una conducta de “pequeño adulto”, excesivamente obediente y responsable, algo pedante y utiliza un vocabulario perfecto. Con el tiempo, de no tratarse adecuadamente sus fobias y manías, puede caer de lleno en lo que en medicina se denomina trastorno obsesivo-compulsivo (TOC).
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