Para los niños la escuela (considerada el segundo mundo social en importancia después de la familia) debería ser un lugar placentero, de enriquecimiento personal y de alegre desarrollo de la sociabilidad sin embargo, para ciertos niños es una institución inhóspita (cuando no terrorífica) en la que tiene que pasar de lunes a viernes una cantidad de horas, que se hacen eternas si no tiene una mano amiga que le invite al juego del grupo o le diga al oído palabras cálidas y amables.
Es el niño que vemos en un rincón en el patio de recreo, solitario (quizá con algo en las manos, como un videojuego, para excusar su soledad), al que nadie hace caso ni nadie reclama para participar en un juego en equipo ni para hacer un trabajo alguno también en equipo.
Puede tratarse de un niño con características diferenciales del grupo promedio, como, por ejemplo, con una gran capacidad intelectual (etiquetado como “el empollón”) o, por el contrario, con una deficiencia intelectual o física (“el tonto” de la clase). Otras veces se trata de niños con “estigmas” de pertenecer a una determinada clase social o una etnia minoritaria. No es infrecuente que la pandilla mayoritaria de la clase le haya cogido “manía” y los brabucones de turno no permitan que ningún compañero se le acerque, con la amenaza de que si se es amigo de él no se está en el grupo dominante, etc.
¿Cuál es la conducta del niño rechazado? por un lado puede resignarse a su triste papel de exilado del grupo (refugiándose en el estudio más compulsivo), o bien dedicarse a hacer el payaso en clase para que los demás se rían y así se fijen en él (aunque sea a costa de que el maestro le castigue constantemente por ello). Otra opción es comprar la amistad del grupo a base de hacer continuos favores (a veces del más bajo servilismo) como repartir meriendas, golosinas u otros regalos.
El niño rechazado por los compañeros es fácilmente detectado por los padres y los educadores por la simple observación de la actitud de los demás compañeros hacia él, fundamentalmente por su exclusión de las actividades escolares grupales y por la ausencia de llamadas a casa (no le invitan a ninguna fiesta). Asimismo, las manifestaciones de tristeza, tanto verbales como de aspecto físico, del propio niño rechazado nos deben poner en guardia ante la gravedad de la situación.
Hay que tener bien presente que el fracaso relacional (con los compañeros) es uno de los aspectos que más traumatiza el desarrollo psicoemocional de un niño, superando incluso a las situaciones del fracaso escolar, es decir, al bajón de nivel intelectual o del rendimiento puramente académico.
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