Se considera obeso todo niño cuyo peso sobrepasa en un 15% el peso medio que le correspondería por su talla y edad. Estadísticamente hay que señalar que el 7% de los niños del mundo occidental son obesos.
Parece demostrada una influencia hereditaria en el peso de los hijos, es decir, padres obesos acostumbran a tener hijos obesos. Por otra parte, es un mito sin fundamento que haya relación entre el peso del recién nacido y la obesidad del adulto. Sin embargo, sí es cierto que el peso de los escolares entre los cinco y diez años se correlaciona con la obesidad del adulto.
Sabemos que hay enfermedades metabólicas, de las glándulas endocrinas, o genéticas, que generan obesidad, sin embargo un gran número de niños obesos lo son por causa psicológica.
Triste favor se le hace al niño cuando la madre o el cuidador habitual al darle el alimento le dice: “Si no comes, es que no me quieres”, ya que si se pone excesivo dramatismo o énfasis en está situación puramente alimentaria, el “alimento” acaba transformándose en una “muestra de cariño” y el niño se esforzará al máximo para conseguir este cariño (alimento), con la consiguiente obesidad.
Por otra parte, la actitud sobreprotectora y sobrealimentadora de la madre o del cuidador impide que el niño se busque otras necesidades y satisfacciones. Evidentemente, el comer sustituye para el pequeño obeso otras muchas actividades.
Además, la propia obesidad produce una deformidad física que impide al niño relacionarse con sus compañeros (frecuentemente es motivo de burla) y participar en los juegos y competiciones escolares. El niño obeso, poco a poco, se va quedando solo y la única forma que tiene de compensar esta soledad es comiendo. De esta manera pues queda cerrado el círculo vicioso.
Detrás de la imagen que nos es familiar y placentera del niño obeso, aparentemente satisfecho de su obesidad, se esconde un niño débil e infeliz, quizá cargado de complejos de inferioridad. El niño obeso acostumbra a ser callado, apático, tímido, emocionalmente inestable y con frecuentes reacciones de cólera.
En estos niños pueden fracasar los mejores regímenes dietéticos, por una razón fundamental y es que ellos no quieren adelgazar. Tienen miedo de perder los “privilegios” que les reporta su obesidad. De hecho, el niño obeso se cura cuando consigue establecer relaciones afectivas reales con el entorno familiar y social. Es importante en estos niños reforzar su autoestima y su autonomía, procurando que la comida deje de ser una prueba de cariño o un sustituto del amor.
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