La depresión en los niños es mucho más frecuente de lo que la gente cree. En líneas generales, podemos decir que aproximadamente el dos o tres por ciento de todos los niños con un comportamiento alterado presentan depresiones de grado medio a severo y entre el seis y el ocho por ciento, de carácter leve
Durante mucho tiempo se ha creído que era imposible que los niños sufrieran depresiones, considerando el cuadro como una patología exclusiva de los jóvenes y los adultos. Hoy día se sabe que el lactante ya puede presentar un cuadro depresivo si no tiene el apoyo emocional de la madre o del cuidador habitual. Lo que en realidad sucede es que en la infancia, especialmente en los niños pequeños, la depresión aparece siempre enmascarada o sin diagnosticar.
Se consideran “equivalentes depresivos” los cólicos abdominales del primer trimestre, el eczema que aparece en la segunda mitad del primer año, las crisis de asma, los movimientos de balanceo corporales durante el día, los lloriqueos continuos, los juegos con las heces y su ingestión (coprofagia), etc. Aunque cada síntoma aislado no es indicativo de depresión, en conjunto orienta hacia su diagnóstico.
En el pequeño serán el llanto y los gritos aparentemente inmotivados, los trastornos del sueño y del apetito, la manipulación continúa de sus genitales, los signos que nos harán pensar en un posible cuadro depresivo.
Los escolares irritables, inseguros, a los que se les escapa el pipí (enuresis) y se comen las uñas (onicofagia), con insomnio y agitación y pesadillas durante el sueño, que se despiertan muy temprano, se masturban con frecuencia y tienen una exagerada avidez por los dulces… es posible que sean candidatos a ser diagnosticados de depresivos. En ocasiones la depresión se acompaña de fobias, o bien queda camuflada por ellas. En otros casos la depresión se manifiesta por un retraso en el aprendizaje que nadie acierta a explicarse.
Es importante conocer que la depresión es una de las respuestas posibles ante el sufrimiento, pero no hay que confundirla con éste, ni tampoco es la única respuesta posible por parte del niño (rechazo, cólera, rabia, etc.). La reacción depresiva viene a ser como la última posibilidad para evitar la impotencia ante el sufrimiento físico y psíquico. Dicha reacción equivale a una agresividad no descargada. En el núcleo de toda depresión existe, siempre, un sentimiento de pérdida interna, de algo querido que se nos ha ido o se ha perdido. Detectar cuál es está “ausencia” del mundo afectivo del niño y ponerle el remedio oportuno (reponiéndola o sustituyéndola) es empezar a curar la depresión.
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