A través de las aventuras de Peter Pan (ese diminuto héroe que se escapa de su casa para ir en busca del País de Nunca Jamás) se consigue crear el mito de la infancia perenne, el niño que se niega a crecer, que no quiere asumir responsabilidades de niño mayor y luego de adulto.
En la práctica pediátrica es frecuente que nos encontremos con pequeños personajes que configuran el perfil de Peter Pan (en el caso de niñas se las equipara a Wendy, la compañera de Peter Pan).Son niños inseguros, sin autonomía, con miedo a lo desconocido y con grandes temores a asumir responsabilidades, que no ven nada claro eso de crecer y de “ya te estás haciendo mayor” con que les anima el entorno familiar adulto.
Normalmente acostumbra a ser un niño sobreprotegido, bien porque sea único en la familia, o porque sea el primer nieto, sobrino, etc., o porque haya sucedido algún acontecimiento tanto en su entorno familiar (fallecimiento previo de un hermano, ausencia de un progenitor, etc.) como en él mismo (enfermedad grave o enfermedad crónica) que ha desencadenado las máximas atenciones de los familiares y lo han colocado en lo que vulgarmente se dice “entre algodones”. Son niños que les cuesta establecer relaciones sociales puesto que están acostumbrados sólo a recibir, y por tanto no saben dar,razón por la cual los compañeros pronto les dejan de lado.
La situación se agrava cuando hay progenitores que agradecen, consciente o inconscientemente, esta actitud (de Peter Pan) y así pueden seguir practicando más tiempo la más descarada sobreprotección (vistiendo cada mañana al niño mayorcito, dándole la comida en la boca, etc.)
Los padres y educadores hemos de animar a los niños a crecer en madurez física y espiritual, viendo a los adultos como ejemplos a imitar e intentar emular, y no comportarnos con los pequeños como meros servidores.
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