La angustia se expresa en los sueños a través de las pesadillas. Son los auténticos malos sueños. El campo de batalla de las situaciones importantes que han acontecido durante el día emerge en el sueño, porque el niño se lleva a la cama todas sus vivencias diurnas. Las pesadillas suelen afectar a la población infantil en edades comprendidas entre los ocho y los diez años, siendo tres veces más frecuentes en las niñas que en los niños.
El niño, habiéndose acostado tranquilo de pronto, se despierta aterrorizado y se pone a llorar desconsoladamente. Habitualmente acontece en los tercios medio y último de la noche, cuando la fase en que se sueña (fase REM-de movimientos oculares rápidos) es más abundante. La llegada de los padres tranquiliza al niño, (dependiendo de la pesadilla). A la mañana siguiente el niño puede evocar el recuerdo del mal sueño. Una consecuencia de todo ello es que el niño puede resistirse a ir a la cama en las noches siguientes.
Los padres deben hablar con el niño para que les cuenten su sueño, y tranquilizarlo dejando la luz encendida o estando un rato junto a su cama. Durante el día hay que explicarles lo que significan las pesadillas.
A menudo la gente confunde los terrores nocturnos con las pesadillas, cuando en realidad son dos fenómenos completamente distintos. El terror o pavor nocturno es mucho más aparatoso y su causa es independiente de los acontecimientos diurnos. Son más frecuentes en los varones, apareciendo a los dos años con un máximo de incidencia a los siete y luego desaparecer al llegar la pubertad.
El cuadro es espectacular: el niño emite un grito angustioso en las primeras horas de sueño, en el primer tercio de la noche. Cuando los padres acuden, se lo encuentran incorporado con una expresión de terror en la cara y aunque tenga los ojos abiertos, el niño está profundamente dormido. Es casi imposible calmarlo y el episodio dura desde unos segundos hasta unos diez minutos; luego el niño se duerme plácidamente.
A diferencia de las pesadillas, los terrores nocturnos son independientes de lo que esté soñando el niño (ocurren durante una transición brusca desde el estadio 4 del sueño no REM a sueño REM). Por está razón, a la mañana siguiente el niño no recuerda nada. En caso de múltiples repeticiones el pediatra recetará alguna medicación adecuada al niño.
El tranquilizar al niño antes de que se duerma, procurar que no tenga motivo de miedo alguno, así como evitarle tensiones familiares y que se sepa querido por padres, educadores y compañeros de escuela, son medidas de sentido común para evitar los malos sueños. Es importante, por otra parte, tranquilizar a los padres explicándoles la índole benigna de tales episodios.
Aunque de manera muy somera hay que citar el sonambulismo, un trastorno o alteración benigna del sueño que suele desaparecer a los quince o dieciséis años consistente en que el niño, sin despertarse se levanta de la cama y anda por la habitación o por la casa; posteriormente vuelve a la cama y al despertar no se acuerda de nada.
Su tratamiento es puramente sintomático (además de las medidas destinadas a proteger al niño). Si el sonambulismo no es recurrente ni implica riesgos, puede dejarse sin tratamiento alguno ya que va mejorando espontáneamente. Sin embargo, parecen de utilidad los inductores del sueño.
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